miércoles, 17 de noviembre de 2010

“Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor”. Juan 15:9

Hay quienes se enojan con Dios frecuentemente. Si no les alcanza el dinero, si la artritis los acongoja o no consiguen aquellas cosas que desean, enseguida se lamentan de su condición desesperada y del poco interés de Dios en su bienestar.
El pueblo de Israel estaba tan centrado en sí mismo, que le era imposible percibir la mano de Dios actuando en su favor. El ensimismamiento distorsiona la visión de Dios. Rara vez puede el egocéntrico ver la mano de Dios obrando en la cotidianidad de su existencia. Pero el amor de nuestro Padre celestial no fluctúa ni envejece con el tiempo.
No estamos acostumbrados a tomar tiempo para notar las maneras específicas en que Dios se nos manifiesta. Pero no tenemos que persistir en esto. Al hacer nuestras resoluciones, sería bueno sentarnos a los pies inmaculados del Salvador, y en vez de seguir dudando de su constante amor, meditar en las muchas maneras en que fuimos bendecidos con su presencia y su cuidado durante toda la vida.
Tomemos una libreta y en ella hagamos una lista de hechos e incidentes personales durante los últimos tres meses. En cada caso hágase la pregunta, ¿cómo me ha dirigido el Señor en esa ocasión? Se sorprenderá cuando vea aparecer el rostro sonriente de su amigo Jesús entre las líneas de lo que escribe.
El ser humano es muy olvidadizo, y esta lista nos ayudaría para que cuando estemos en cualquier situación, recordemos que si Dios nos ayudó en el pasado, lo hará también en el presente y en el futuro. Reconozcamos la presencia de Dios en cada hecho, y en cada camino que nos toque transitar.
Meditemos en lo siguiente: Muchas veces damos por sentado su cuidado, y no tomamos tiempo suficiente para alabar y agradecer al Señor, quien nos ha prometido que si permanecemos en su amor, como el Padre lo ha amado, así también él nos amará (Juan 15:9).

lunes, 15 de noviembre de 2010

LOS PROBLEMAS DE LA LENGUA


“Todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende de palabra, es una persona perfecta, capaz también de refrenar todo el cuerpo”. Santiago 3:2


El capítulo 3 de Santiago es el capítulo de la Biblia que más se extiende en el estudio del poder de la lengua. Al comienzo da la impresión de que todo el problema del ser humano está en el mal uso de la lengua, y que refrenando ésta, podrá controlar todos los otros impulsos.
Quien solamente lee este versículo estará queriendo corregir los problemas en el lugar equivocado. Pero quien continúe la lectura, hasta el versículo 12, descubrirá que la raíz del problema está en el corazón: ¿Puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos?, es la pregunta con la cual Santiago trata de llevarnos a la verdadera raíz del problema.
Cuántas personas andan por la vida heridas, lastimadas, desilusionadas y ofendidas por una simple palabra pronunciada por una persona, y esa persona ni siquiera sabe cuáles fueron los efectos de su palabra. En algunas personas una palabra sarcástica, ofensiva, se transformó en un estilo de vida; a veces ni nos damos cuenta de que nuestras palabras, como flechas de fuego y envenenadas, producen dolor y tristeza a nuestros semejantes.
Existen muchos tipos de disculpas que inventamos para continuar usando la palabra dura. Algunas son: “Siempre digo la verdad”, “Soy muy franco”, “Conmigo no existen medias palabras”, “Soy sincero”, “Yo no ando con vueltas”, “Digo lo que tengo que decir”. ¿Quién dice que la verdad y la honestidad lastiman o hieren a alguien? Las personas no son heridas por la verdad, ni por la sinceridad, sino por la manera como se dice la “verdad”.
¿Cómo controlar la lengua sin controlar el corazón? Y ¿Cómo controlar el corazón sin permitir que Jesús habite en él? No pueden existir dos controles. Si te das cuenta de que tienes dificultades con la lengua, de que hablas cosas correctas en los momentos inoportunos, o de que hablas lo que no es verdad por el gusto de hablar o decir cosas buenas de manera equivocada, y sientes que esa actitud ya te trajo muchos problemas en la vida, créeme, el secreto no es cerrar los ojos y contar hasta diez antes de hablar. Ese método es humano y los métodos humanos sólo curan por fuera. El verdadero remedio es ir a Jesús y vivir con él una vida de comunión permanente.
Meditemos en lo siguiente: La verdad puede compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la envolvemos en un delicado embalaje y la ofrecemos con ternura ciertamente será aceptada con agrado.

jueves, 11 de noviembre de 2010

UNA VIDA SIN REGLAS


“Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. Efesios 2:8-10


A comienzos de 2001, una banda de siete convictos escapó de una cárcel en Texas y llenaron de terror a incontables ciudadanos del suroeste del país, hasta que uno se suicidó, y otros fueron capturados o murieron en un sitio policiaco en el estado de Colorado. Los prófugos, que cumplían sentencias por crímenes serios, habían robado armas y dinero y asesinado a un policía poco después de la fuga. La conclusión de su descabellada aventura apoya la máxima de que el crimen no paga, pero ¿por qué hay tantas personas que insisten en vivir fuera de las reglas?
La conducta que coloca a un porcentaje de los habitantes de cada país tras las rejas generalmente transgrede principios más o menos universales. Robar, mentir y herir, atentar contra la integridad de otras personas o sus posesiones. Abusar de un menor o un ser más débil no es aceptable en ninguna sociedad. Pero no hay que ser muy perspicaz para descubrir tendencias destructivas y egoístas en todos nosotros. Quizá no hurtemos, pero envidiamos; no matamos, pero odiamos o al menos despreciamos.
Las reglas son necesarias para fijar límites a conductas antisociales, pero tienen sus propias limitaciones. Las reglas no cambian los motivos. Las reglas pueden tornarse en barreras que nos dividen al definir lo que somos. Llegamos a creer que porque seguimos cierta conducta o usamos ciertas frases, somos superiores o al menos diferentes a los demás.
¿Pero qué sucede dentro de nosotros? Sólo cuando se torna en escándalo es que percibimos la capacidad del ser humano para enfrascarse en conductas destructivas. Está aquel que hurta material gastable de su oficina porque piensa que le pagan muy poco. Un líder religioso que se involucra sexualmente con la persona que viene en busca de consejo.
Si únicamente destacamos reglas, puede que vivamos tras una fachada de moralidad y corrección, pero siendo atraídos como un imán por la impureza y los placeres egoístas. Gracias a Dios que nuestra situación ha sido diagnosticada y solucionada por Jesucristo. El remedio de Dios para nuestra perversidad natural es su gracia: su amor por nosotros que no merecemos y que fue demostrado y ofrecido para siempre en el Calvario.
Meditemos en lo siguiente: Pidamos a Dios que nos perdone y transforme con su Espíritu. Ser salvos por gracia no nos da derecho a violar su Santa Ley, ya que si la obedecemos no incurriremos en violaciones que perjudiquen a nosotros mismos y a los demás. Por eso Jesús dijo: “Si me amáis guardad mis mandamientos” (Juan 14:15; 21).

viernes, 5 de noviembre de 2010

OBEDIENCIA NATURAL

“Así Dios nos ha entregado sus preciosas y magnificas promesas para que ustedes, luego de escapar de la corrupción que hay en el mundo debido a los malos deseos, lleguen a tener parte en la naturaleza divina”. 2 Pedro 1:4

Para poder ejerce la obediencia, se requieren decretos y reglamentos. Por eso Dios dio a su pueblo preceptos y mandatos. Pero estas leyes son distintas de los edictos humanos. Las leyes de los seres humanos se dan para controlar la conducta y regir el comportamiento, a fin de vivir en paz unos con otros. Las leyes de Dios van más allá, pues emanan de sí mismo, y se dan para vivir en paz con él. Estas encierran principios que se derivan del carácter de Dios y requieren que los seres humanos los adopten como parte de su naturaleza.
No es suficiente someterse en forma externa. No basta acatarlos superficialmente, como se obedecen las leyes humanas. Deber ser parte de la naturaleza de las personas. De allí que la obediencia debe ser no solo voluntaria sino que proceda del corazón. Este tipo de sujeción es imposible para los seres humanos, porque involucra la incorporación de principios divinos en la naturaleza humana.
Dios, sin embargo, nos ha dado el Espíritu Santo para que este tipo de obediencia esté a nuestro alcance. El Espíritu se encarga de grabar estos principios en nuestra conciencia, de modo que lleguen a ser parte de nosotros.
Cuando eso ocurre, la obediencia es espontánea y feliz. No es necesario que se nos señale el deber. Obedecemos porque nos nace hacerlo; y si no lo hiciéramos, no seríamos felices. Así, el que robaba no solo no roba más sino que odia el robo. El borracho, no solo no bebe más sino que odia la bebida. Esto quiere decir que los principios de la ley se han grabado en la conciencia humana, que han llegado a ser parte de su naturaleza. Como estos principios son propios del carácter de Dios, incorporarlos en nuestra naturaleza nos hace participantes de la naturaleza divina.
Meditemos en lo siguiente: Dios requiere obediencia, no con el propósito de mostrar su autoridad, sino para que podamos ser uno con él en carácter.
(Tomado de: El manto de su Justicia)

martes, 2 de noviembre de 2010

RESUMEN DE LA LEY

“¡Cuan precioso, oh Dios, es tu gran amor! Todo ser humano halla refugio a la sombra de tus alas”. Salmo 36:7

Los Diez Mandamientos, por ser de carácter moral, revela el carácter de Dios de manera más clara que otros tipos de leyes. De hecho, es un trasunto de su carácter: “La ley de Dios es santa, justa y buena, un trasunto de la perfección divina” (CS, p.523). A través de ella podemos ver con más claridad cómo es Dios.
La Biblia nos dice que una de las características sobresalientes de Dios es el amor: “El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor” (1 Juan 4:8). Los mandatos de su ley deben, entonces, reflejar ese amor. Por eso el apóstol escribió: “El amor no perjudica al prójimo. Así que el amor es el cumplimiento de la ley” (Rom. 13:10). Del mismo modo, cuando nuestro Señor resumió el Decálogo para contestar la pregunta sobre cuál era el mandamiento más importante, lo hizo en términos del amor: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. El segundo es: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. No hay otro mandamiento más importante que estos” (Mar. 12:30,31).
Por eso tratamos de ver el amor de Dios expresado en los Diez Mandamientos. De hecho, la ley del Señor estaba escrita en dos tablas de piedra, de modo que los primeros cuatro mandamientos se refieren al amor a Dios, y los otros seis al amor al prójimo.
Meditemos en lo siguiente: La creación es una expresión de su amor: “Dios es amor”, está escrito en cada capullo de flor que se abre, en cada tallo de la naciente hierba. Los hermosos pájaros que llenan el aire de melodías con sus preciosos cantos, las flores exquisitamente matizadas que en su perfección perfuman el aire, los elevados árboles del bosque que con su rico follaje de viviente verdor, todos dan testimonio del tierno y paternal cuidado de nuestro Dios y de su deseo de hacer felices a sus hijos. (El camino a Cristo, P.8)

lunes, 1 de noviembre de 2010

AGRADEZCAMOS AL SEÑOR NUESTRO DIOS

“Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo”. 1 Corintios 15:57

Este maravilloso versículo presenta el tema de todos los libros de la Biblia. Es una promesa de triunfo. Para que el ser humano vuelva a amistarse con su Creador, y pueda recuperar el favor de Dios, es necesario el portentoso poder de Jesucristo. Por el triunfo sobre el poder del enemigo, la voz de todo ser viviente ha de levantarse en notas sublimes de agradecimiento, tal como lo hizo Pablo al reconocer su incapacidad para luchar contra las fuerzas del mal.
Repetidas veces el apóstol puso énfasis en la necesidad de expresar nuestra gratitud a Dios. En la Biblia hay alrededor de 138 pasajes bíblicos relacionados al agradecimiento y a la virtud del corazón agradecido. Algunos de estos pasajes están escritos con palabras tan poderosas como las de Colosenses 3:17: “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él”.
Las dos grandes maneras en que se expresan la vida y la conducta humana son nuestras palabras y nuestros hechos. Por lo tanto, la alabanza y el agradecimiento deben acompañar todo lo que pensamos y hacemos.
No tenemos por qué esperar hasta ese glorioso día cuando los redimidos de todas partes se junten en las mansiones celestiales, para mostrarle a Dios nuestro sincero agradecimiento y glorificarlo por la esperanza que sus promesas divinas infundieron en nuestros corazones mientras vivimos en esta tierra. Debemos hacerlo ahora, en este momento cuando nuestros ojos se abren a tal discernimiento.
Recordemos que no existe cura mental o bálsamo emocional sin gratitud. Porque en cada situación de nuestra vida, haya sido buena o mala, existe siempre una razón por la cual estar agradecidos.
Meditemos en lo siguiente: Cuando su corazón experimente la gracia de Cristo y se dé cuenta de lo que se ha hecho en su favor, asegúrese que su voz también exprese la gratitud interna
(Tomado de: Herederos de promesas)