“Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor”. Juan 15:9
Hay quienes se enojan con Dios frecuentemente. Si no les alcanza el dinero, si la artritis los acongoja o no consiguen aquellas cosas que desean, enseguida se lamentan de su condición desesperada y del poco interés de Dios en su bienestar.
El pueblo de Israel estaba tan centrado en sí mismo, que le era imposible percibir la mano de Dios actuando en su favor. El ensimismamiento distorsiona la visión de Dios. Rara vez puede el egocéntrico ver la mano de Dios obrando en la cotidianidad de su existencia. Pero el amor de nuestro Padre celestial no fluctúa ni envejece con el tiempo.
No estamos acostumbrados a tomar tiempo para notar las maneras específicas en que Dios se nos manifiesta. Pero no tenemos que persistir en esto. Al hacer nuestras resoluciones, sería bueno sentarnos a los pies inmaculados del Salvador, y en vez de seguir dudando de su constante amor, meditar en las muchas maneras en que fuimos bendecidos con su presencia y su cuidado durante toda la vida.
Tomemos una libreta y en ella hagamos una lista de hechos e incidentes personales durante los últimos tres meses. En cada caso hágase la pregunta, ¿cómo me ha dirigido el Señor en esa ocasión? Se sorprenderá cuando vea aparecer el rostro sonriente de su amigo Jesús entre las líneas de lo que escribe.
El ser humano es muy olvidadizo, y esta lista nos ayudaría para que cuando estemos en cualquier situación, recordemos que si Dios nos ayudó en el pasado, lo hará también en el presente y en el futuro. Reconozcamos la presencia de Dios en cada hecho, y en cada camino que nos toque transitar.
Meditemos en lo siguiente: Muchas veces damos por sentado su cuidado, y no tomamos tiempo suficiente para alabar y agradecer al Señor, quien nos ha prometido que si permanecemos en su amor, como el Padre lo ha amado, así también él nos amará (Juan 15:9).
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