miércoles, 25 de agosto de 2010

PERDONAR, ¡QUE SATISFACCIÓN!


“Dichoso aquel a quien se le perdonan sus transgresiones, a quien se le borran sus pecados. Dichoso aquel a quien el Señor no toma en cuenta su maldad y en cuyo espíritu no hay engaño”. Salmos 32:1,2


“Perdóname, disculpe, lo siento…”, Son las palabras que usamos cuando hemos hecho algo que molesta a nuestro semejante. Regularmente ni siquiera esperamos a que nos respondan. Esto, en realidad, es un perdón de muy poca relevancia. En el versículo de hoy, David nos muestra que necesitaba un perdón de máxima relevancia, porque su vida se apagaba. “Mi fuerza se fue debilitando como al calor del verano” (vers.4).
Perdonar, es una de las cosas más difíciles para los seres humanos. En cambio, ser perdonado y que olviden nuestra falta es una de las experiencias más satisfactorias.
Hoy en día conocemos muchas personas, que cargan en una mano la culpabilidad, y en muchos casos, una carga agobiante, que no ha sido perdonada; en la otra mano, un paquete menos pesado, lleno de rencores y de ofensas de: “He perdonado, pero no olvido”. “Ya lo perdoné, pero que se olvide de mi si vuelve a pasar”. “Te perdono, pero no quiero volverte a ver”. “¿Quieres que te perdone? No puedo. Me hiciste demasiado daño”.
El versículo de hoy, nos hace una promesa alentadora, llama dichoso, bienaventurado, feliz, afortunado, a quien ha sido perdonado. ¡Qué alivio! Esta bienaventuranza, sin embargo, incluye necesariamente, llamar al pecado por su nombre. En este texto, David, no ahorra palabras para describir al pecado. Se refiere a “pecado”, “maldad”, “transgresiones”… iniquidad, engaño. No suaviza ni minimiza sus propios errores. Nos daremos cuenta del tamaño del perdón de Dios cuando consideremos el tamaño de nuestro pecado. La comprensión de que los pecados fueron perdonados proporcionará esa paz que desafía toda comprensión.
Meditemos en lo siguiente: Puedes tener la certeza de que Dios perdona tus errores. Serás dichoso, bienaventurado, porque no es un perdón cualquiera; no es un “te perdono, pero acuérdate que…”. Es un perdón con promesa, no con condición.
(Tomado de: ¡Libérate!)

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