lunes, 26 de julio de 2010

UN DIOS QUE NO SE ADORMECE NI DUERME

“No se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel”. Salmos 121:4
En una de las principales plazas de Tokio hay una enorme estatua de Buda. De ella, dos detalles sobresalen: está con los brazos cruzados y los ojos cerrados. Todo el mundo sabe que ese dios no está durmiendo sino sólo meditando, pero, sea como fuere, permanece con los ojos cerrados. Sin embargo, nuestro versículo nos habla de un Dios que siempre está vigilante, siempre con los ojos abiertos. “No se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel”.
Tenemos un Dios que se preocupa por cada uno de sus hijos. Conoce nuestra entrada y nuestra salida. Será nuestra sombra a nuestra derecha. No dejará vacilar nuestro pie; el Sol no nos incomodará de día ni la Luna de noche, porque nuestro Dios está por encima de todos esos dioses.
No es simplemente un gran hombre que pasó por la historia, no es simplemente una filosofía de vida o una estatua de mármol. Es un Dios personal que se interesa por los detalles de mi vida, ve mis lágrimas, se regocija con mis alegrías y se entristece con mis penas. Sufre, cuando en nuestra humanidad, tratamos de arrojarlo de la experiencia, porque nos ama y porque lo que más desea es que vivamos una vida diaria de comunión personal.
Dios se hizo hombre para poder entender mejor nuestra humanidad y responder a nuestras inquietudes. No necesitaba hacerlo, porque era Dios, pero, además de salvarnos, era necesario sacarnos las dudas de nuestra cabeza.
Cuando estemos pasando por una situación difícil, y el sufrimiento nuble nuestra visión y nos impida sentir la presencia de nuestro Padre Celestial, pensemos que por detrás de todo sufrimiento humano hay un propósito redentor o educador, que sólo el tiempo se encargará de revelarnos.
Meditemos en lo siguiente: Confía en Dios, aunque las lágrimas te impidan verlo, porque Jehová promete guardar tu salida y tu entrada desde ahora y para siempre.
QUE DIOS TE BENDIGA

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