viernes, 17 de septiembre de 2010

VICTORIA SOBRE EL ENEMIGO


¿Qué pues diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? Romanos 6:1,2


En los capítulos 4 y 5 del libro de Romanos, Pablo nos presenta el camino para alcanzar la salvación. El apóstol es claro al decir que somos justificados solamente por la fe en Jesucristo.
La obra de la salvación no sólo tiene que ver con la vida pasada del ser humano, también tiene que ver con la vida presente y futura.
Cristo no desea librarnos únicamente de la culpabilidad del pecado. También quiere librarnos del poder que el pecado ejerce sobre nosotros y, finalmente, de la presencia del pecado en la naturaleza humana.
Lo que realmente importa es lo que el evangelio es capaz de hacer cuando llega a una vida. Todo lo que tenemos que hacer es correr a los brazos de Jesús con nuestras flaquezas y pecados, caer arrepentidos a sus pies y permanecer en comunión con él. Permaneciendo en Cristo, no permaneceremos más en pecado; habiendo muertos al pecado, disfrutaremos de la vida plena en Cristo.
Jesús vino a este mundo no tanto para enseñarnos que debemos ser victoriosos, sino para mostrarnos cómo se vive para alcanzar los grandes frutos de la victoria. Vino a indicarnos el camino del poder que cualquier hombre puede conseguir, porque Dios está dispuesto a dar ese poder a los que, recociendo su debilidad, lo buscan diaria e incesantemente en oración.
Meditemos en lo siguiente: La vida de Jesús fue una vida de permanente oración (Marcos 1:35). Y si él, que era Dios hecho carne, necesitaba diariamente de la comunión con el Padre, ¿cuánto más nosotros, hombres debilitados por el pecado?
(Tomado de: A solas con Jesús)

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