jueves, 9 de septiembre de 2010

Sacrificio por el pecado II


Por eso Dios envió a su propio Hijo en condición semejante a nuestra condición de pecadores, para que se ofreciera en sacrificio por el pecado (Romanos 8: 3).


EL SACRIFICIO POR EL PECADO INDIVIDUAL era la ofrenda que más particularmente señalaba la muerte vicaria de Cristo. Como vimos anteriormente, Juan el Bautista lo señaló como «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». El que ofrecía un sacrificio por su culpa, obviamente estaba reconociendo su pecado y confiando en que el sacrificio de la víctima inocente le daba el perdón. Pero todavía en forma más dramática tenía que poner su mano sobre la víctima y confesar su pecado antes de degollarla. Con este acto, estaba diciendo varias cosas: Primero, que era pecador; segundo, que estaba arrepentido; tercero, que era necesario confesar su pecado; cuarto, que confiaba en la víctima como su sustituto; quinto, que la sangre del animal traía el perdón de su pecado; sexto, que Dios, quien per-donaba su pecado, aceptaba la muerte del animal en lugar de la suya propia; séptimo, que por esta ceremonia podría regresar a casa en paz con Dios.
Los que diariamente asistían al atrio del santuario con su ofrenda, ¿cuánto de esto entendían? ¿Comprendían acaso que simbolizaba la muerte del Mesías venidero? No lo sabemos. Sospechamos, sin embargo, que para muchos se convirtió en una mera rutina religiosa, con el fin de apaciguar sus conciencias. Y debe de haber sido así, porque en varias ocasiones Dios dijo a su pueblo que rechazaba sus sacrificios, que eran vanos e inútiles, y que los hacían por motivos equivocados (Heb. 10: 8). Tanto se pervirtió el sistema, que Dios tuvo que desecharlo finalmente.
Para que estos sacrificios cumplieran su propósito educativo y ayudaran a resolver provisionalmente el problema del pecado en la vida humana, la gente tenía que ofrecerlos con una fe firme en Dios.
Meditemos en esto: Mediante el establecimiento de un sistema simbólico de sacrificios y ofrendas, la muerte de Cristo había de estar siempre delante del hombre culpable, para que pudiera comprender mejor la naturaleza del pecado, los resultados de la transgresión y el mérito de la ofrenda divina.
(Tomado de “El manto de su Justicia”).

No hay comentarios:

Publicar un comentario