lunes, 27 de septiembre de 2010

DIOS INCOMPARABLE


“Oh Señor, ninguno hay como tú entre los dioses; ni obras que igualen tus obras”. Salmo 86:8


Tu actitud ante las dificultades de la vida, depende de la dimensión de tu Dios. Si tu Dios es pequeño, fabricado, imaginado, cualquier problema será una barrera imposible de traspasar. El ser humano es contradictorio. Le gustan los pequeños dioses, apenas para calmar la conciencia. Dioses en forma de “llaveros”, “amuletos”, “energía”, “luz”, “aura”. El ser humano muchas veces dice: “Dios está en todo”. Y lo repite todos los días hasta que acaba creyéndolo.
Es cómodo creer en un dios que no nos señala el camino. Que se limita a acompañarnos y está al “servicio” de nosotros. La tragedia es que ante las circunstancias difíciles de la vida, tú descubres que todos esos dioses creados, son apenas paliativos. No hacen nada. No resuelven nada. No tienen poder. No sirven para nada.
Esta realidad fue lo que llevó a David a hacer la oración registrada en el Salmo 86. En este salmo, David expresa súplica y, al mismo tiempo, confianza. Vive un momento terrible. “Estoy afligido y menesteroso”, dice en el verso 1. Se limita a llorar. Las lágrimas parecen inundar el corazón y la angustia sofocarlo.
En esas circunstancias, David no creó pequeños dioses. En las noches claras y estrelladas, mientras cuidaba su rebaño en el campo, contemplaba la grandeza del Dios Creador. Su Dios estaba por encima de cualquier otro dios. Era incomparable y eterno. Por eso en esta oración, suplica y al mismo tiempo confía.
Meditemos en lo siguiente: ¿Cuál es el drama por el cual estás pasando en este momento? Al iniciar el camino de este día, aparta unos minutos para meditar en las grandes obras que Dios hizo ya en tu propia vida. ¿Acaso Dios no te libró otras veces? Si lo hizo antes, ¿por qué no lo hará ahora también?
(Tomado de: Cada día más sabio)

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