“Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.”. Mateo 5:48
Esta declaración ha atormentado a mucha gente, y es prácticamente el resumen del Sermón del Monte. En el versículo 45, Jesús presenta el ideal de Dios para nosotros: “Que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos”. Los hijos generalmente se parecen al padre en el carácter. Los padres y los hijos tienen una convivencia diaria y permanente, y casi sin darse cuenta los hijos siguen las pisadas del padre.
En el Sermón del Monte, Cristo está combatiendo la “perfección humana”. Los judíos se preocupaban tanto con los mínimos detalles de la letra, que habían perdido el espíritu de la ley de Dios. Amaban a los suyos, eran gentiles y corteses, practicaban actos de “misericordia” entre ellos, pero ni miraban a los gentiles, o, en el mejor de los casos, los miraban con desprecio.
Jesús los desafía en el versículo 46: “Si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?” Luego de ese versículo viene la orden: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Vuestro Padre, el del versículo 45, que “hace salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos”.
Aunque el versículo de hoy se refiere a la perfección de carácter en general, el contexto nos muestra que Jesús habla en especial de la perfección en la relación con las personas, con los que no son de nuestra raza, con los que no pertenecen a nuestro grupo social, con quienes pertenecen a otra religión o tienen filosofías diferentes de las nuestras.
¿Eres capaz de orar por algún criminal, alguien deshonesto? ¿Qué merito tiene- pregunta Jesús- si amas a los que te aman? Si el Padre que está en los cielos ama a los buenos y a los malos, sé perfecto como tu Padre. Sé capaz de aceptar y amar a las personas como son.
Meditemos en lo siguiente: Es duro, ¿no es cierto? Pero el Padre también promete: “Estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mat. 28:20) ¿Cómo? Por la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida. Santificando nuestra voluntad. Purificando nuestros sentimientos y reproduciendo cada día en nuestra vida su carácter, para hacernos más semejantes a él.
(Tomado de: A solas con Jesús)
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