lunes, 9 de agosto de 2010

LA LUCHA CONTRA EL PECADO

“Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero”. 1 Tim.1:15
La Biblia indica que la fuente del pecado es nuestro propio corazón o naturaleza (Mar. 7:21-23; Luc. 6:45). A causa de que nosotros no podemos discernir los motivos secretos de nuestro propio corazón, el primer paso que hemos de dar para hallar el remedio a nuestra maldad es permitir que el Espíritu Santo nos examine e identifique el pecado en nosotros. Por eso David escribió: “Examíname, oh Dios, y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad y guíame en el camino eterno” (Sal. 139:23).
El segundo paso consiste en velar y orar para no caer en tentación (Mat. 26:41). Y el sabio Salomón nos advirtió: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida” (Prov.4:23). Velar lo que vemos, oímos, gustamos y sentimos. Cuidar las “avenidas del alma”.
El tercer paso es apropiarnos del poder de Jesús. Para reclamar la victoria sobre la condición de pecado, necesitamos “ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu” (Efe. 3:16). El poder para resistir la tentación proviene de Jesucristo. Las palabras de 1 Timoteo 1:15 constituyen una promesa extraordinaria. Este es el meollo del Evangelio: “Cristo Jesus vino al mundo para salvar a los pecadores”.
En esencia, nuestra salvación se hace posible cuando intimamos con Jesús y aprendemos a depender de él en todo y para todo, cuando aceptamos que él es un elemento básico de nuestra existencia, que todo lo que somos gira alrededor de su Persona.
El agente de esa unión con Cristo es el Espíritu Santo. El es quien nos da vida espiritual y el poder para vivirla. Una de las cosas que Espíritu hará es conducirnos a la Palabra que él mismo inspiró. Nuestras convicciones y determinaciones se han de desarrollar en base a la Palabra de Dios.
Meditemos en lo siguiente: El apóstol Pablo nos dijo: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Rom. 12:2). La voluntad de Dios es que usted y yo tengamos una vida espiritual victoriosa.
(Tomado de: Herederos de promesas)

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