miércoles, 29 de septiembre de 2010

TRANSFORMANDO LIMONES EN LIMONADA


“Sabemos, además, que a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósitos son llamados”. Romanos 8:28


Cuántas veces nos sucede en la vida algo que, a primera vista, trastornará todos nuestros planes. Con frecuencia, la reacción instintiva es reclamar a Dios: “¿Por qué permites esto?” Y la respuesta parece no venir. Son momentos amargos como el limón, pero, para quienes aprenden a depender de Dios, los limones ácidos pueden transformarse en una deliciosa limonada.
Detrás de cada espina que aparece en nuestra vida, Dios siempre tiene una rosa para ofrecernos. Sólo que para sentir la maravillosa fragancia y ver la belleza de la flor, es preciso aprender a convivir con Dios y ser pacientes.
“A los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien”, dice Pablo. Bien sabía lo que estaba diciendo, pues en su vida llevaba una espina. En cierta ocasión pensó que no podría soportarla más y le pidió a Dios que le sacase ese aguijón de su carne: “Bástate mi gracia” fue la respuesta divina, y el tiempo se encargó de mostrarle a Pablo que Dios tenía razón; que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien”.
¿Alguna vez te sucedió algo que te amargó, no tanto por el hecho en sí, sino por el momento en que ocurrió? ¡“No podía fallar, justo ahora”! Y en esos momentos pensamos que hasta Dios se olvidó de nosotros. ¡Ah, si pudiésemos ver los propósitos divinos! Quedaríamos avergonzados, con seguridad.
Meditemos en lo siguiente: ¿Las cosas no se presentan bien para ti? ¿Ayer nada salió bien y no sabes cómo actuar o encarar hoy esas circunstancias adversas? Ve en nombre de Jesús, pues nada acontece sin un propósito divino. Confía en él.
(Tomado de: A solas con Jesús)

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